La PAZ, un derecho que todas las personas en cualquier país debieran gozar

Con motivo de la celebración del Día de la Paz, el 30 de enero, queremos compartir la historia de Alejandra, que como la de muchas personas migrantes, habla de la violencia y de la necesidad de encontrar la paz.

La violencia, presente en Colombia

Hay escenas en mi cabeza que me han demostrado que tendré que defenderme toda la vida. Colombia es un país multicultural hermoso, en donde la violencia lleva años empañando los ojos de los jóvenes.  

Cuando tenía 10 años, jugaba a las muñecas en casa y fui en busca de refrescos a la tienda. Debía pasar por un taller de mecánica donde vivía un hombre de unos 50 años. Tenía un aspecto intimidante y desagradable. Cuando este me vio, salió y me tomó por la muñecas ejerciendo presión e invitándome a entrar a ese lugar; yo me asusté y rápidamente corrí a casa. Mi madre y abuela me decían que, si en algún momento me sentía agredida o acosada, les contara de inmediato, y así lo hice. Mi madre perdió el control, fue a buscarlo junto a mi abuela. Lo gritaron, lo empujaron, y lo agredieron, eran como leonas cuando defienden sus cachorros.

Siendo adolescente y camino al instituto donde estudiaba, tomé el autobús y me senté en un lugar cerca del conductor, yo solo llevaba un bolso y mi teléfono móvil. Minutos después, se subió un hombre joven. Para bajarse, tomó la puerta que estaba más cerca de mí, y de forma agresiva me jaló el bolso, yo no lo solté, y me arrastró hasta sacarme del autobús. Nadie hizo nada. Me levanté con golpes en el cuerpo y esa sensación de humillación. No comprendía la falta de solidaridad de las personas, luego entendí que también tenían miedo. Solo me quedó tomar un taxi e irme a casa. 

La guerra también nos tocó la puerta. Mi tía y yo nos llevamos 3 ó 4 años, ella es mayor. Cuando era adolescente se fue de casa, muchos años estuvo desaparecida, . Había rumores de su paradero, pero un día, yo recibí una llamada para encontrar a mi abuela. Recuerdo que su piel se puso muy blanca y los ojos se encharcaron de sentimientos, al otro lado del teléfono estaba hablándole un comandante de la guerrilla de las FARC, quien le decía que mi tía estaba con ellos. Este hombre intentaba venderle la idea de que su lucha era por causas de bien para toda la sociedad. Vi a mi abuela llena de ira y frustración; pero también de miedo. No podíamos creer que su hija menor hubiera decidido tomar ese camino. Después de eso, mi familia decidió cambiar mi número de teléfono y me acompañaban día y noche a cualquier lugar con el fin de que estos grupos armados no contactaran más conmigo.  

La llegada a España

Ahora tengo 28 años, y mi vida ha cambiado mucho. Llevo seis meses en España, tuve la suerte de ganar una beca universitaria, con ello la ilusión de terminar mi trabajo de grado y encontrar oportunidades académicas y laborales aquí. Cuando me bajé del avión evitaba la cercanía con otras personas, fui por el equipaje a toda prisa, me sentía insegura y estaba sola en un lugar nuevo y enorme. Cuando me mudé a Valladolid, había fiestas en la ciudad, no conocía a nadie así que empecé a relacionarme poco a poco, pero con mucha cautela. Una noche fui a las Moreras a ver tocar un artista, pero me preocupaba muchísimo volver sola a casa, tuve que hacerlo. Caminaba muy rápido, me aseguraba de que no me siguieran, cuando alguien se acercaba me cambiaba de acera, solía buscar rutas de escape porque me sentía perseguida, y aunque fueron pocos minutos yo sentí que fueron horas, llegué agotada física y emocionalmente y los siguientes días no quise salir. Con los días comprendía que solo yo me sentía así, los demás caminaban con normalidad; veía las personas con sus móviles en las manos casi todo el tiempo, sin sujetar con desconfianza sus bolsos, relacionándose naturalmente con personas que no conocían, subirse y bajarse del autobús sin desconfianza y mientras tanto yo, tenía lo que denominé: “delirio de persecución”. 

Decidí compartir piso con dos chicos; la idea de vivir sola con dos hombres me parecía arriesgada, y cuando le conté a mi madre se le hizo impensable. Sin embargo, estando allí hice muchos amigos, encontré en ellos personas genuinas, amables, inocentes, honestas, respetuosas y con principios de comunidad. Al final comprendes que el miedo termina por llevarte al último rincón de casa, donde no te ven, donde no hablas, donde no te sientes, donde no estas; te anula por completo. Yo salí del rincón, confié y gané amigos, experiencias y oportunidades nuevas, me volví más segura y más tranquila.

Un deseo: un futuro con paz

Ahora no quiero cambiar nada de eso que conseguí, no quiero irme de esta ciudad que me ha aportado tanto; amo profundamente mi país, también extraño mucho mi familia y mis amigos, la comida, la calidad humana y mis anteriores entornos, pero quiero darme la oportunidad de vivir en libertad desde lo físico y desde el pensamiento, aprovechar cada situación y brindarme un futuro en el que no me tenga que preocupar por donde camino. 

La educación que un día planee en mi vida, hoy me ha dado la oportunidad de vivir en paz, desde todos los puntos de vista. Mi familia descansa y se siente tranquila de no tener que sobreprotegerme más. Como periodista en formación puedo comunicar sucesos sin temor a ser silenciada. Como persona puedo plantear mi punto de vista sin temor a ser juzgada. Como mujer puedo vestirme, hablar, pensar, y comportarme libremente. Como ciudadana puedo caminar con normalidad y relacionarme sin temores. La vida me ha cambiado 180°, para mi es un privilegio, pero en realidad esto es un derecho que todos en mi país debieran gozar.  

Jesica Alejandra Rodríguez Diaz

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